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lunes, 20 de noviembre de 2017

Episode III: Revenge of the Sith.

La República se ha desmoronado por culpa de los ataques del conde Dooku. El canciller Palpatine ha sido secuestrado y Anakin y Obi-Wan son los encargados de rescatarle. Después de cumplir su misión, el ambicioso Palpatine decide nombrar a Anakin como su guardaespaldas personal. Por su parte, Obi-Wan se enfrentará al general Grievous, la cabeza visible del ejército androide separatista que pretende acabar con todos los Caballeros Jedi. Y a la vez descubrirá la verdadera identidad del canciller, y la posibilidad de que Anakin caiga en el Lado Oscuro de la Fuerza, algo que Yoda había anticipado años antes, cuando el ahora poderoso caballero era tan solo un niño. Fecha de estreno: 19 de mayo de 2005.


Nadie lo hubiera sospechado, pero resulta que George Lucas no quería terminar su majestuosa saga con una rúbrica aventurera sino con una apostilla ideológica. La venganza de los Sith no solo es la mejor de las tres precuelas galácticas, sino que, para sorpresa de fans decepcionados y cinéfilos escépticos, es una película política. No es difícil ver a George Bush detrás del Lado Oscuro de la Fuerza, convirtiendo el ejercicio del poder en un monstruoso imperialismo que devora como un virus letal la apacible democracia de los mortales. Lucas es un romántico, y justifica la conversión del Bien en Mal a través de un amor equivocado, el que siente un atormentado y ambicioso Anakin Skywalker por la frágil y embarazada Padmé. Y aunque La venganza de los Sith sigue teniendo los mismos problemas que sus inmediatas predecesoras en cuanto a dirección de actores (Hayden Christensen no está preparado para atrapar la complejidad de la mutación moral de su personaje y Natalie Portman simplemente está, estática, contemplativa ante la pantalla azul de un croma que la separa de sus emociones), en esta ocasión Lucas ha sabido cómo cargar de sentido dramático la crónica de una muerte anunciada en seis capítulos que cuentan, también, la historia de los últimos 30 años de nuestra cultura popular. La cultura de masas de una sociedad occidental que, paradojas de la vida, Lucas ha contribuido a homogeneizar como si de un perverso Sith se tratara, y que ahora demoniza transformándose en su inaudito. La venganza de los Sith asume la previsibilidad de su trama (todos sabemos que Darth Vader está al final de este camino de perdición) sacando insólito partido de una tecnología que vuelve a quedarse corta ante la megalomanía lucasiana. Esta vez no importa, porque cuando los efectos digitales no dan la talla (la escena final en el volcán) Lucas consigue transformar el defecto en el sentido homenaje a un cine de aventuras que privilegiaba la intensidad dramática por encima de la perfección técnica. Y sí, en La venganza de los Sith las secuencias de acción son intensas, quizá porque cuentan con la presencia de un villano auténtico (el canciller Palpatine, interpretado por Ian McDiarmid con lasciva perfidia); quizá porque hay actores (Ewan McGregor, Samuel L. Jackson) que por fin se creen su papel; quizá porque admiran el cine de serie B sin avergonzarse de ello, del mismo modo ingenuo y transparente que lo hacía La Guerra de las Galaxias. Siguen sin funcionar las escenas de transición, demasiado lastradas por la pomposidad de los diálogos (a pesar de la colaboración no acreditada de Tom Stoppard), y fracasan las escenas de amor, dignas de un rancio Estudio 1, pero sería injusto despreciar los logros de una película que, por fin, ha alcanzado la edad adulta. La venganza de los Sith es oscura y triste, siniestra y melancólica, un digno broche final que endulza la amarga sensación que las dos anteriores precuelas habían dejado en la memoria del espectador. Tal vez sea la reina en el país de los ciegos galácticos, pero bienvenida sea su luz, aunque sea intermitente.Para los amantes de la ciencia-ficción adulta.

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